Cierto día me encontré frente a la mirada de sorpresa de mi hijo cuando le respondí con plena seguridad sobre un tema muy lejano a mi competencia profesional y ahí fue cuando noté el valor que aporta mi trabajo de diseñador gráfico. La pregunta final de mi hijo en esa conversación fue: “oye papá, ¿tú cómo sabes eso?”. Y la respuesta: “Bueno soy diseñador”.
Hay algo de
gran atracción en esto tan particular en mi profesión y que tal vez no se da en
otras y no es que esté hablando de actualización profesional en cuanto a diseño
ya que básicamente es un deber de todo diseñador, a lo que me refiero es al
hecho de aprender a partir de lo que encuentras a tu alrededor.
Frecuentemente
mi profesión me vincula con todo tipo de áreas como la tecnológica, la
financiera, la industrial, científica, etc.
Al final
cada cliente es un nuevo reto que me lleva a reunir aprendizaje instantáneo e
intensivo sobre el problema de comunicación por resolver y esto me lleva por
ejemplo a saber cómo se fabrica una joya, o aprender acerca de los efectos de
la luz solar en la piel y en sí, infinidad de cosas.
Y de una u
otra manera todo esto me vuelve un mejor diseñador, un mejor profesional, un
mejor padre y en una mejor persona
He tenido
que aprender de tantos temas tan distintos que sería materialmente imposible
detallarlos todos en este artículo, pero cuando el tema de conversación se
dirige a uno de ellos la chispa de mi memoria se enciende y recuerdo detalles y
me descubro hablando con fluidez sobre el tema en cuestión.
El diseño
trae consigo nuevas experiencias diarias y te da la posibilidad de aprender
sobre infinidad de cosas a lo largo de tu vida es cuestión de estar abierto a
esa posibilidad diaria de aprendizaje.
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