Este es un caso de la vida real que
conocí de primera mano mientras viajaba a una población de los llanos
orientales, aquí en mi bella Colombia.
Hace 5 años mientras practicaba el
ciclo montañismo a través de una carretera destapada, me vi en la obligación de
hacer una parada en el camino debido al inclemente calor y a que ya estaba
empezando a afectarme un poco la deshidratación. Unos pocos metros adelante había
una humilde casa con tejado verde y paredes blancas y era custodiada por un
perro que sólo atinó a mirarme y a batir su cola.
Entré con la intención de que
me vendieran algo de agua para llenar mi cantimplora y fui atendido por una
familia conformada por un señor su esposa y sus dos pequeños hijos, quienes me
recibieron muy amablemente con un vaso de limonada, que en ese momento tuvo
para mí el valor del paraíso.
Mientras descansé casi por una hora,
hablaba con el señor y mi imprudente curiosidad me llevó a preguntarle que
hacían para sobrevivir estando tan alejados la civilización.
El me mostró que tenía una vaca la
cual ordeñaba a diario para vender la leche en el pueblo más cercano y para el
consumo de su familia y además tenía una hectárea cultivada con maíz y plátano
que también vendía. A pesar de esta pobreza tan notoria pude notar la
tranquilidad con la que se mantenía esta familia.
Después de llenar mi cantimplora con
limonada y de haber tenido una amable charla con esta particular familia, me
despedí y monté nuevamente mi bicicleta para continuar mi camino.
Al día siguiente mientras alistaba mi
equipaje para volver nuevamente a Bogotá, me enteré que la familia que tan
amablemente me había dado tanta hospitalidad, había sido víctima de uno de esos
grupos que andan al margen de la ley en mi país y despojó a dicha familia de su
único patrimonio que era la vaca y además de robarle lo que había en su cultivo
de plátano y maíz, procedieron a quemarle dichos cultivos, dejándolos sin sus
únicos medios para sobrevivir.
Nunca más supe de estas personas.
Hace unos días mientras conducía por una
de las carreteras nuevamente de mis llanos orientales. Hice una parada en la carretera
para comer algo y además comprar algunas cosas para llevar a mis familiares, en
un acogedor sitio donde vendían todo tipo de productos derivados de la leche. (Kumis,
yogurt, queso, cuajada, etc.)
De pronto, un señor con el típico
sombrero llanero una camisa a cuadros y jean me miró detenidamente desde el
otro lado del local y con un potente grito se dirigió hacia mi…”Don Martín”. Su
enorme sonrisa mientras me abrazaba me dejó paralizado.
Mientras salía de este shock y volví a
reaccionar, pude notar que este señor era el que hace unos años atrás con tanta
hospitalidad y humildad sació mi sed. Esta vez fui yo el que lo abracé, aunque
yo no recordaba su nombre, él con la humildad que lo caracterizaba llamó a su
esposa, quien atendía el negocio.
¡Oh! Sorpresa cuando me dijo que ese
era su negocio y que tenía otras dos sucursales y que estaba pensando en abrir
otras.
En medio de la tartamudez que me
produjo tan bonita noticia, sólo salió de mi boca un... ¿Qué pasó?... Y me contó muy entusiasmado que después de que fue despojado
de su vaca y cultivos de ahí en
adelante “nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras
habilidades que no sabíamos que teníamos, así alcanzamos el éxito que sus ojos pueden
ver ahora”.
Esto que
acabo de relatar a grandes rasgos me ha servido de punto de reflexión, para
saber aprovechar cada oportunidad que se nos presenta a diario.
Incluso
ofrecí mis servicios como diseñador gráfico y manejar el marketing de su negocio a José El señor protagonista de esta
historia, quién no dudó en decirme que sí.
Además me
ha servido de inspiración para mis siguientes artículos que tratarán de la Zona de Confort (en la que se encontraba la familia de esta historia al momento
en que los conocí) y el tema de la importancia de viajar.
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